Vicente Aleixandre

Publicado por Cristóbal Gómez , domingo, 14 de febrero de 2010 21:02

Se dice de increíble parecido físico al otro poeta andaluz, nacido algunos siglos antes, Don Luis de Góngora

Un gran poeta español, olvidado por los lectores contemporáneos, incluso, premio nobel de literatura en 1977, reconocimiento otorgado en representación a la generación del 27, de la cual fue parte; su nombre: Vicente Aleixandre, poeta reconocido como surrealista, uno de los primeros de la península, mucho más que eso, aun.

Influenciado por la nuevas vanguardias, involucrado en el ambiente poético de Europa, uno de los primeros en cultivar el surrealismo en español. Su poesía destaca por la interesante evolución y mezcla de recursos, para no acabar nunca el aliento de una experimentación de formas. Su primer libro, es romántico-modernista, en los que siguen cultiva su estilo característico utilizando recursos variados, que cambiaban de publicación en publicación. Sus técnicas más utilizadas eran: mezcla de lírica de estructura rimada con retórica hermética barroca, poemas oníricos de corta extensión de no tan compleja lectura, versos largos, prosas poéticas, etc.

Libre de ripios y de un ritmo que no se hace zancadillas, su capacidad para reinventarse libro a libro, su insistencia en la experimentación de formas nuevas y la evolución de su poética que se proyecta más allá de la muerte, lo convierte en un gran poeta; hace recordar a Neruda en la capacidad para ejercer distintos registros y en Gonzalo Rojas en el ritmo interno, que es una seducción más para la expresión poética compleja de este humilde poeta andaluz nacido el año 1898, que ahora muestro.

Difícil encontrar poemas que lo representen, por lo antes dicho. Copio poema, que ilustra intenciones del poeta con su escritura.


Para Quién Escribo
de En Un Basto Dominio (1962)


¿Para quién escribo?, me preguntaba el cronista, el periodista
o simplemente el curioso.

No escribo para el señor de la estirada chaqueta, ni para su bigote
enfadado, ni siquiera para su alzado índice
admonitorio entre las tristes ondas de música.

Tampoco para el carruaje, ni para su ocultada señora
(entre vidrios, como un rayo frío, el brillo de los
impertinentes).

Escribo acaso para los que no me leen. Esa mujer que
corre por la calle como si fuera a abrir las puertas
a la aurora.

O ese viejo que se aduerme en el banco de esa plaza
chiquita, mientras el sol poniente con amor le toma,
le rodea y le deslíe suavemente en sus luces.

Para todos los que no me leen, los que no se cuidan de
mí, pero de mí se cuidan (aunque me ignoren).

Esa niña que al pasar me mira, compañera de mi
ventura, viviendo en el mundo.

Y esa vieja que sentada a su puerta ha visto vida,
paridora de muchas vidas, y manos cansadas.

Escribo para el enamorado; para el que pasó con su
angustia en los ojos; para el que le oyó; para el que
al pasar no miró; para el que finalmente cayó cuando
preguntó y no le oyeron.

Para todos escribo. Para los que no me leen sobre todo
escribo. Uno a uno, y la muchedumbre. Y para los
pechos y para las bocas y para los oídos donde, sin
oírme, está mi palabra.

II

Pero escribo también para el asesino. Para el que con
los ojos cerrados se arrojó sobre un pecho y comió
muerte y se alimentó, y se levantó enloquecido.

Para el que se irguió como torre de indignación, y se
desplomó sobre el mundo.

Y para las mujeres muertas y para los niños muertos,
y para los hombres agonizantes.

Y para el que sigilosamente abrió las llaves del gas y la
ciudad entera pereció, y amaneció un montón de cadáveres.

Y para la muchacha inocente, con su sonrisa, su corazón,
su tierna medalla, y por allí pasó un ejército de
depredadores.

Y para el ejército de depredadores, que en una galopada final fue a hundirse en las aguas.

Y para esas aguas, para el mar infinito.

Oh, no para el infinito. Para el finito mar, con su limitación
casi humana, como un pecho vivido.

(Un niño ahora entra, un niño se baña, y el mar, el
corazón del mar, está en ese pulso.)

Y para la mirada final, para la limitadísima Mirada Final,
en cuyo seno alguien duerme.

Todos duermen. El asesino y el injusticiado, el regulador
y el naciente, el finado y el húmedo, el seco
de voluntad y el híspido como torre.

Para el amenazador y el amenazado, para el bueno y el
triste, para la voz sin materia
y para toda la materia del mundo.

Para tí, hombre sin deificación que, sin quererlas mirar,
estás leyendo estas letras.

Para tí y todo lo que en ti vive,
yo estoy escribiendo.


Dejo ejercicios de comparación. El primero en sentido contrario y en tono irónico, por el poeta chileno Eduardo Llanos M.

Aclaración preliminar
de Contradiccionario (1976)


Si ser poeta significa poner cara de ensueño,
perpetrar recitales a vista y paciencia del público indefenso,
inflingirle poemas al crepúsculo y a los ojos de una amiga
de quien deseamos no precisamente sus ojos;
si ser poeta significa allegarse a mecenas de conducta sexual dudosa,
tomar té con galletas junto a señoras relativamente deseables todavía
y pontificar ante ellas sobre el amor y la paz
sin sentir ni el amor ni la paz en la caverna del pecho;
si ser poeta significa arrogarse una misión superior,
mendigar elogios a críticos que en el fondo se aborrece,
coludirse con los jurados en cada concurso,
suplicar la inclusión revistas y antologías del momento,
entonces, entonces, no quiero ser poeta.


Pero si ser poeta significa sudar y defecar como todos los mortales,
contradecirse y remorderse, debatirse entre el cielo y la tierra,
escuchar no tanto a los demás poetas como a los transeúntes anónimos,
no tanto a los lingüistas cuanto a los analfabetos de precioso corazón;
si ser poeta significa enterarse de que un Juan violó a su madre y a su propio hijo
y que luego lloró terriblemente sobre el Evangelio de San Juan, su remoto tocayo,
entonces, bueno, podría ser poeta
y agregar algún suspiro a esta neblina.


Y lo que sería un fragmento de comparación, por Jorge Teillier.

Botella al Mar
de Cartas para reinas de otras primaveras (1985)


Y tú quieres oír, tú quieres entender.
Y yo te digo: olvida lo que oyes, lees o escribes.
Lo que escribo no es para ti, ni para mí, ni para los iniciados.
Es para la niña que nadie saca a bailar,
es para los hermanos que afrontan la borrachera
y a quienes desdeñan los que se creen santos, profetas o poderosos.